¿CÓMO SER UN SÚPER PAPÁ? DESCUBRE 4 PAUTAS MUY ENRIQUECEDORAS

En la sociedad actual, en donde el papel dominante de la figura paterna se ha ido desplazando poco a poco (aunque aún hay mucho camino por recorrer) y donde el machismo es cada vez mejor identificado y denunciado, surge con mucha fuerza una pregunta:

¿Cúal es entonces el rol del papá en la familia?
 

El papel de la mamá no genera duda. La mamá es la que ofrece el amor primario (vínculo, afecto, apego), la seguridad emocional fundamental (de estar disponible para su bebé cuando este la necesite), el alimento (a través del pecho), las primeras palabras del lenguaje (que serán la base de la identidad del niño).

Esto es lo que se ha llamado el maternaje, y forma parte de las pautas de cuidado que muchos psicólogos han ubicado en la fase fusional o fase simbiótica del desarrollo del niño, donde mamá y bebé hacen uno: el vínculo entre ambos es el lazo más poderoso, intenso y enriquecedor que ha diseñado la naturaleza humana. Sin ese vínculo, el desarrollo emocional e intelectual del niño puede verse seriamente dañado.

El papá de hace unos años: el que separaba
El papá, hace apenas unos años, tenía un rol dominante en las sociedades occidentales. Era el cabeza de familia, el que tomaba las últimas decisiones y el que se hacía cargo de la economía doméstica. En el imaginario social, el varón era el más fuerte, valiente y con mayores dotes de liderazgo de toda su familia.

Recientes estudios psicológicos nos demuestran que el varón machista, sin embargo, ocultaba (y oculta) una importante inmadurez emocional.

El varón machista, por regla general, no sabe amar a la mujer, en tanto mujer, sino que la ama en tanto madre. Por lo que no era nada inhabitual que fuera precisamente su mujer la que le sostenía a él emocionalmente en todos los sentidos de su vida (manteniendo relaciones amables con sus padres, y especialmente con la madre de su marido; ocupándose ella de las tareas del hogar y de los hijos; acomodando sus horarios para beneficiar al varón; permitirle todo tipo de caprichos; participando en todas las actividades que le gustan a él, en detrimento de las suyas, y un largo etcétera).

Cuando los hijos aún no han venido a la familia, y el varón cree que la mujer debe ser el centro de su universo emocional y la que tiene que estar siempre a su entera disposición para lo que necesite (la comida en la mesa, sexo cuando quiera, escucha de sus hazañas, tiempo para desconectar del trabajo, tiempo de ocio con amigos en el bar...) todo va bien.

Cuando aparece el primer hijo, es cuando la disponibilidad de la mujer hacia su marido se desplaza, y es entonces cuando el papá se siente solo, celoso, abandonado e inútil, porque ha perdido su sostén emocional, y es cuando se hace evidente que no tiene recursos emocionales propios para sobrellevar la situación.

De este sentimiento de desamparo masculino es de donde nace la cruel idea de que las madres que "miman demasiado a sus hijos los van a malcriar". Es decir: que los celos paternos son uno de los principales motivos de la separación prematura entre la madre y el hijo (otro muy importante es el trabajo de la mamá).

El rol del padre estaba claro entonces: el papá tendría que ser aquel que "salvara" a su hijo de las fauces devoradoras de la madre, para que este se hiciera fuerte e independiente. La verdadera realidad es que, justamente, se consigue todo lo contrario, pues este mismo papá, cuando fue pequeño, fue a su vez separado prematuramente de mamá (porque su padre la quería en exclusiva para él) y por ese motivo, a día de hoy, busca a la madre que no llegó a tener, en la mujer que ahora tiene como esposa. Esto le volvió inmaduro y dependiente.

Ese era el padre de antes: el que separaba, el que mandaba, el que monopolizaba a mamá para sus intereses (porque era su sostén emocional), el que dirigía la vida de la familia.

El papá moderno: el que sostiene la diada madre-bebé
Cuando el modelo machista comienza a denunciarse, muchos papás pierden sus referentes y estrategias de educación tradicionales. Su modelo había sido su padre, el cual, a su vez, había sido tratado del mismo modo por el suyo.

Es comprensible que muchos varones a día de hoy no sepan asumir el nuevo rol de papás, y se muevan todavía entre los roles antiguos, edulcorados con ciertas tendencias modernas en educación. Pocos pedagogos hablan realmente de cual debería ser su papel.

Por ejemplo: un papá puede seguir sintíendose celoso por su hijo, y necesitar emocionalmente a su mujer, y boicotear (mediante el chantaje y la manipulación) la relación madre-hijo, al tiempo que dice implicarse más en las responsabilidades de casa, hacer algunas tareas y cambiar los pañales del bebé (lo que ellos llaman "ayudar" en casa, o "ayudar" con los niños), es decir, que se han transformado en figuras auxiliares de la madre, como cuidadores secundarios, en su ausencia, y no en figuras paternas independientes.

Asumir todas esas responsabilidades del hogar y del cuidado es crucial en la sociedad moderna, pero de nada sirven si no hay un verdadero cambio de mentalidad. De nada sirven si el papá no es consciente de que su verdadero rol no es "separar" al niño de la madre, para recuperar a su mujer, y volverla a tener disponible como sostén emocional.

Él es el adulto, y debe ser su propio sostén emocional, pues ya no está en fase de recibir, sino en fase de dar. En otras palabras: el papá busca algo que sólo es legítimo para un niño, que aún no es maduro emocional y cognitivamente: una madre plenamente disponible para él.

Sólo comprendiendo esto, el papá podrá realmente asumir su verdadero rol.

¿Cúal debe ser entonces su rol? Sencillo: disponer los cuidados, receptividades y protección necesarias en beneficio de la madre, para que esta pueda cumplir hasta su culminación natural, su papel de maternaje.

¿Qué significa todo esto? Basicamente, estas cuatro cosas:

Defender la fusión madre-bebé. Para que la madre pueda sumergirse en la fusión emocional con su bebé, debe poder conectar con su cuerpo y sus necesidades. La madre necesita despojarse de preocupaciones y responsabilidades, necesita espacios de intimidad, para poder vivir la experiencia de unión con su hijo, atenderle, estar disponible, presente, darle mirada, el pecho, cogerle en brazos, darle calor, que el bebé sienta su olor, y hablarle. Eso implica, en las madres, delegar todas aquellas tareas y funciones que no impliquen la supervivencia física y emocional del niño.

Todas esas funciones, idealmente, deberían poder ser desempeñadas por el varón. Si la mujer tiene que ser madre de su marido (y asumir sus responsabilidades laborales) y al mismo tiempo tiene que ser la madre de su hijo, la principal víctima de todo esto será su criatura, pues es quien legitimamente necesita recibir todo ese sostén emocional, durante los primeros años de vida, y que no va a recibir por falta de disponibilidad materna.

Proteger el nido. Muchos varones piensan que proteger implica sermonear, apabullar, desorientar, dar consejos, criticar y dar lecciones sobre lo que "hay que hacer", o incluso, directamente, ordenar y mandar que es lo que se debe hacer.

Pero los varones no lo saben todo. Lo cierto es que nadie sabe mejor qué es lo que necesita un bebé que su propia madre, pues la biología nos asegura un diseño natural adecuado para un correcto maternaje. La madre sólo necesita estar conectada con sus necesidades y emociones, y su intuición le servirá de guía, la cual ha demostrado ser mucho más fiable y efectiva que las pautas de pediatras y profesionales. Su cuerpo es sabio. Si sabe escucharlo, sabrá que debe hacer. El padre moderno, en este sentido, debe confiar en la madre, darle voz y dejarse enseñar por ella.

¿Cómo proteger, entonces, desde este punto de vista? Pues asegurando la relación madre-hijo de todo el exterior, permitiendo y haciendo posible un espacio seguro que deje a la madre ser ella misma con su hijo. La función del papá aquí es velar por el silencio, la intimidad, que en casa sólo estén las personas que la madre necesite, proveer el alimento al nido, el confort y la tranquilidad a la familia.

Apoyar el crecimiento emocional de la madre. Cuando la mujer da a luz, y la biología la hace madre, suele sentir un importante desgarro biográfico que la des-orienta. Fluyen en ella muchas emociones, miedos, inseguridades. Descubre modelos maternos que no le gustan en su interior. Recuerdos de su infancia que vuelven una y otra vez a la mente. Esto es así porque los encuentros con su bebé están marcados por su niñez y cómo ella fue cuidada y acompañada de pequeña.

La función del papá, en estos momentos, es la de dar empatía incondicional a su mujer: sin el juicio, la crítica o la orden. El papá debe estar disponible para escuchar, comprender y validar. La mujer, muchas veces, cuando habla, no necesita más que ser escuchada. No espera del varón un consejo, un sermón o una lección. Sólo percibir que tiene a su lado a un compañero de vida que la apoya, la reconoce como válida en su papel de madre y la ama sin condiciones haga lo que haga.

Aceptar y amar a su mujer. La maternidad y paternidad no es tiempo de discusión, sino tiempo de aceptación y observación, de maduración, de crecimiento personal. Si las necesidades de la mujer, en tanto que mujer, no están satisfechas, no se sentirá fuerte para cumplir el rol materno. Se verá desbordada por la culpa, abrumada por el trabajo, las tareas domesticas y sus "responsabilidades" conyugales.

La única víctima de todo esto, será el bebé, que no tendrá a su disposición ni a la madre ni al padre que legitimamente necesita por biología. El varón debe aceptar a la mujer, reconocerla como el ser maduro y adulto que es, y amarla incondicionalmente en tanto ella misma, no en tanto su madre sustituta.

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