INTELIGENCIA EMOCIONAL Y CÁNCER: NUESTRA VISIÓN DESDE EL COACHING HUMANISTA

Muchas personas sufren la experiencia y mueren a causa del cáncer en el mundo. En España, concretamente, hablamos de una de cada cuatro personas, y se estima que un tercio sufrirá la enfermedad en algún momento de su vida. Hablamos de un sufrimiento que no sólo afecta a las personas que lo padecen, sino también a la familia, a los amigos, a la pareja, a los hijos, e incluso a los compañeros de trabajo. El cáncer es un padecimiento físico, pero es ante todo un problema social: todo el mundo conoce a alguien que ha padecido o padece de cáncer.


Por desgracia, vivimos en una sociedad donde la enfermedad y la muerte es todavía tabú. Se informa bien desde los medios de comunicación y desde las asociaciones, es cierto, y se ha avanzado mucho en el campo de la medicina oncológica, pero es aún habitual poner una barrera emocional para no implicarse demasiado en una realidad que, en el fondo, nos asusta. Aún con todo, si somos capaces de afrontar ese miedo, descubriremos que hay algo muy importante nos pueden enseñar las personas con cáncer: que es posible tener una vida plena y cargada de sentido, pese a todas las adversidades.

La calidad de vida no se mide por la cantidad de años que vivimos, sino en la intensidad con la que vivimos y la huella que somos capaces de dejar en los demás

El cáncer: algo más que un dolor físico
El cancer tiene una particularidad que la hace una enfermedad diferente a las demás: nos hace sentir con angustia la proximidad de la muerte. Me explico. Todos tenemos planes en la vida. Todos tenemos objetivos. Queremos formar una familia, encontrar el trabajo de nuestros sueños, tener uno o varios hijos, casarnos con la persona que amamos, viajar a lugares desconocidos... todas las elecciones que hemos hecho y que pensamos hacer, conforman y darán forma a nuestra identidad. Nuestra historia es nuestra identidad. El cáncer, al entrar en la vida de una persona, produce una ruptura biográfica. Es decir: ya no sabemos, a partir de ese momento, si nuestros planes se van a poder llegar a realizar.

La propia palabra asusta, estremece: cáncer, tumor, bulto. Son palabras que parten en dos nuestro ser, que cuestionan nuestras certezas, que remueven preguntas sobre quienes somos en realidad, sobre lo que hemos hecho, y sobre lo que tendremos que hacer a partir de ahora. Y esto es cierto porque, aunque la medicina ha avanzado mucho en el tratamiento físico de los síntomas (y todavía hay muchos mitos que desmentir al respecto de la enfermedad) no deja de ser un sufrimiento que va más allá del malestar físico: tiene una importante dimensión emocional, familiar, social y también existencial.

Tener cáncer no implica que uno, necesariamente, vaya a morir de ello, pero el miedo, aún con todo, gobierna el proceso y el resto de la vida: diagnósticos, pruebas, revisiones, radicaciones, quimioterapia, cirujía... en cada uno de esos pasos siempre están presentes las mismas preguntas: ¿qué pasará? ¿saldrá todo bien? ¿qué me dirán? ¿evolucionaré bien? ¿habrá remitido? ¿me volverá a pasar?¿volverá a ser todo como antes?

Pero no es sólo miedo. Los matices emocionales son múltiples: fragilidad, incertidumbre, vulnerabilidad, amenaza, angustia, soledad, abandono, impotencia, confusión, incredulidad, tristeza... Esto es así porque la experiencia activa muchas heridas de la infancia, muchas vivencias dolorosas pasadas, recuerdos reprimidos, y nos hacen re-vivir muchas cosas que hasta el momento estaban dormidas y que ahora adquieren una importancia fundamental. La dimensión del miedo no es sólo el miedo a lo desconocido, pues tiene un componente existencial muy grande: temor a haber vivido en vano, temor a no haber sino importante para alguien.

Esto nos debe hacer reflexionar detenidamente: ¿cuánto tiempo de nuestra vida hemos pasamos centrandonos en lo urgente y posponiendo constantemente lo que era verdaderamente importante para nosotros? Y lo que es más importante: ¿a qué hemos estado esperando para hacerlo?

Las cuatro estrategias de afrontamiento de la enfermedad
La dimensión emocional y de sentido es fundamental para las personas con cáncer. Les ayuda a entenderse y a superar la ruptura biográfica que ha sucedido en su vida. Les ayuda a empezar una nueva vida, una nueva identidad, más plena y más intensa: porque se trata de una experiencia dura, pero también de una oportunidad para conectar con la propia vida de una forma más natural y auténtica. De lo que se trata es de aprender a aprovechar el momento, el hoy, y de re-ordenar nuestras prioridades y centrarnos en lo que verdaderamente importa.

Pero no se trata sólo de centrarse en el Yo, sino tambien de enfocarse y sintonizar con los demás de otra forma: el entorno tambien sufre la enfermedad de la misma forma que la persona, salvo en su dimensión física. Para ellos, es también una prueba, un reto vital fundamental, ellos también sienten con angustia la posibilidad de perder a un ser querido con el que han compartido y esperan compartir experiencias de su vida.

Ante esto, pienso que hay cuatro formas generales de afrontar la situación para las personas con cáncer (no son excluyentes, pueden darse juntas, y predominar unas formas sobre otras en momentos diferentes del proceso, según la historia personal de cada uno). Las tres primeras son limitantes, y la última es la más adecuada para la superación personal:

La coraza y las defensas. Se trata de una suerte de anestesia emocional (no nos permitimos sentir las emociones negativas, expresarlas, desahogarlas). Además, hay una negación o minimización persistente ("esto no me está pasando a mi", "debe ser ser un error", "no será para tanto") y una postergación o rechazo a ir a las consultas médicas o empezar los tratamientos ("eso a mi no me hace falta").

La rendición y el abandono. El estado de ánimo predominante, en este caso, es la depresión, la tristeza, y una actitud derrotista. Es como si la persona renunciara al resto de su vida y abrazara una muerte en vida, prematura.

Angustia y catastrofización. La angustia es la señal de alerta ante una amenaza. Hay personas que viven la situación con constante tensión, malestar y dolor. No duermen, no pueden dejar de pensar, se ponen siempre en lo peor, delegan todo en los demás. Intensifican y hacen más grande el problema.

Lucha y crecimiento personal. Aceptan la situación y no niegan la realidad, cuidan de sus emociones, y trabajan por recuperar el sentido de su vida, piensan y afrontan la vida desde un nuevo punto de vista, más enriquecedor, que les ayuda a disfrutar y aprovechar el momento.

El coaching humanista: un camino de aceptación personal y superación
En este sentido, el coaching humanista se ofrece como un acompañamiento emocional y existencial para complementar (nunca sustituir) otras formas de intervención y que tiene, a su vez, su propio campo de trabajo y autonomía. Junto con la oncología y la psicología clínica (las cuales trabajan los aspectos más relacionados con la salud, tanto física, como mental, de las personas con cáncer), el coaching humanista promueve el autoconocimiento y el crecimiento personal y emocional.

La lucha social contra el cancer seguirá siendo un trabajo en equipo porque, las dimensiones de la enfermedad, abarcan todos los aspectos de la vida de una persona. Abarcan desde el control médico de los síntomas físicos, desde la atención y el trabajo con los familiares, desde la comunicación y la concienciación ciudadana, hasta los grupos de ayuda mutua y las dimensiones emocionales, personales, e incluso existenciales, muchas veces olvidadas.

Todas son necesarias para mejorar su calidad de vida

El coaching humanista aboga por la recuperación del trato humano para la persona con cáncer, desde la empatía, la acogida y la aceptación incondicional. Ese vínculo estrecho, abierto, natural y honesto, se diferencia enteramente de ese otro trato recibido desde la superioridad profesional (de quien quiere dirigir la vida de la persona y saber más, que ella mismo, lo que necesita de verdad), la indiferencia (de quien se desentiende del problema), la barrera emocional (de quien no quiere lidiar con la verdad y acompañar, aunque ya no haya "nada" que hacer), la inseguridad (de quien tiene buena intención, pero no sabe que hacer) o desde el pesimismo (de quien no entiende la importancia de estar presente, aún cuando el fin sea inevitable).

El coaching humanista posibilita una nueva forma de entender nuestra vida, una nueva mirada, un nuevo enfoque existencial que ayuda a re-escribir nuestra identidad después de sufrir una ruptura biográfica, impulsando así, nuestras ganas de vivir, y permitiéndonos ser un modelo de vida capaz de dejar una profundad huella en los demás.

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