LAS 15 SEÑALES QUE REVELAN QUE ERES UNA MADRE SOBREPROTECTORA

¿Recuerdas cuando nació tu niño o niña? Intenta recordar esa escena y deja que afloren los sentimientos que sentiste. Hazlo sin miedo, no hay prisa. Tómate tu tiempo. Intenta recordar todo lo que viviste. Seguro que revistaste sus manitas, sus piececitos, cómo te miró por primera vez a los ojos, ¿lo recuerdas? No podía casi moverse, ¿verdad? Parecía tan frágil... y lo cierto es que todos nuestros hijos nacen indefensos, totalmente desvalidos, débiles y vulnerables.

No saben comunicarse todavía, salvo con el grito o el llanto; no saben caminar, ni hacer todas esas cosas que para nosostros son súper sencillas; tampoco pueden entender muchas situaciones que, para nosotros, son evidentes. Nos reclaman todo el tiempo. Nos necesitan a su lado: contacto piel con piel, mirada, intimidad emocional y presencia. Sienten emociones que no son capaces de comprender, y piden sin saber realmente lo que piden hasta que nosotros las nombramos. Estoy seguro de una cosa: ese recuerdo de tu hijo removió algo en ti, un impulso que te invitaba a protegerlo, cuidarlo, consolarlo.

Tener un hijo era lo que más deseabas del mundo. No sabrías que hubiera sido de ti sin haber sido madre


Esa respuesta que experimentas es natural. Para muchas mujeres es la expresión más clara del instinto materno, y para muchos bebes, especialmente cuando son recién nacidos, constituye su única oportunidad de supervivencia. La protección de los más pequeños les facilita un espacio seguro para que puedan explorar, experimentar y enriquecer su mundo emocional. No obstante, de lo que quiero hablarte es de cuando ese espacio de protección llega a ser tan agobiante y extremo que se vuelve limitante para tu hijo hasta el punto de bloquear su desarrollo emocional, en lugar de potenciarlo y apoyarle. 

Si es tu caso, quiero darte las claves para entender tu necesidad de sobreproteger y los efectos que podrías producir en tu hijo. Es posible que en este artículo encuentres lo que necesitas para hacer frente a esa situación.

¿Cómo saber si sobreprotejo a mi hijo o hija?
Muchas madres nos preguntan en las sesiones de coaching y en los talleres de Disciplina Positiva una cuestión que les preocupa especialmente: ¿cómo puedo saber que estoy sobreprotejiendo a mi hijo? O de otra forma: ¿cómo puedo saber si soy una madre sobreprotectora?

La respuesta es sencilla: eres sobreprotectora cuando vives la vida de tu hijo por él. Pero como en todo en la vida, hay grados. Hay madres que sobreprotegen sólo en algunas cosas, y otras que levantan una burbuja muy asfixiante alrededor de su hijo que abarca todas las áreas de su vida.

Si eres muy sobreprotectora, seguramente sigas minuciosamente todos sus pasos y planifiques toda su semana; controles los amigos y amigas con los que socializa; le apuntes a las actividades extraescolares que tú consideras que son mejores para él; que trates de resolver todos sus problemas, para que no experimente incomodidad o frustración; que seas demasiado condescendiente cuando las cosas salen mal y demasiado efusiva cuando hace las cosas bien; que no le des responsabilidades u obligaciones en casa, haciéndolo todo por él.

El resultado final son hijos fuertes en valores, que se han sentido queridos y atendidos, pero que se sientes inseguros frente a la toma de decisiones, que se bloquean ante los conflictos y se frustran con muchísima facilidad. Algunos pueden acabar siendo tiranos, narcisistas, consentidos y muy tóxicos para los demás, otros sin embargo, acaban siendo introvertidos, tímidos, pasivos y sumisos en las relaciones sociales.

¿Cuales son las señales de que soy una madre sobreprotectora?
Cada madre es un mundo, pero todas las madres sobreprotectoras suelen tener unos rasgos similares de personalidad. El primer paso para dejar de ser una madre sobreprotectora es conocerte y descubrir de dónde proviene esa intensa necesidad de proteger.

Primera señal: tienes miedo al conflicto
Cualquier discusión te afecta demasiado y te hace mucho daño. Intentas evitar los conflictos a toda costa con tus hijos: haciendo sus tareas, asumiendo sus responsabilidades, siendo servicial, sumisa o simplemente callándote lo que piensas.

Segunda señal: te enfermas constantemente
Siempre has tenido esa predisposición: desde pequeña siempre ha sido una constante. Si no es por una cosa, es por otra. Pasas la vida de enfermedad en enfermedad, y a veces te incapacitan: dolores de cabeza, jaquecas, asma, dolor en el cuerpo y articulaciones, fatiga, malestar en la tripa, vértigos y eczemas. Algunos tienen base médica, otros sin embargo son somatizaciones (en realidad, la amplia mayoría): es la forma en la que exteriorizas el malestar emocional y la ansiedad infantil que no has sabido gestionar.

Tercera señal: dedicas demasiado tiempo al bienestar de los demás, poniendote en último lugar
Para ti, ayudar a los demás representa el mayor valor de tu vida, y eso se materializa en su grado máximo con la maternidad. Te ocupas poco o nada de ti y de tus intereses. Haces todo lo que sea por tus hijos, hasta el punto de estar demasiado pendiente o intentar satisfacer todos sus caprichos sin tener en cuenta tu bienestar y necesidades.

Cuarta señal: tienes dependencia emocional y necesidad de afecto constante
No sabes decir que no a tus hijos. Te cuesta mucho despegarte de ellos. Esto también te pasa con otras personas a las que quieres. Necesitas a todos ellos a tu lado, constantemente, y cuando más puedas tenerlos cerca, mejor. Temes el abandono, quedar sóla para siempre. Esa posibilidad remueve siempre muchas cosas duras que pasaron en tu infancia.

Quinta señal: sientes celos cuando las personas que te importan sienten apego por alguien distinto a ti
No lo puedes evitar. Necesitas ser el centro de atención, que los que quieras piensen en ti y te tengan en cuenta para todo, especialmente tus hijos. Esto puede hacerte una suegra muy complicada, o una mujer muy celosa con sus novias o parejas.

Sexta señal: te quejas bastante a menudo y usas el chantaje emocional para conseguir lo que quieres
Hay una idea nuclear que guía tu vida: que los demás tienen que tratarte del mismo modo que tú los tratas a ellos. En principio, no es mala guía. Pero tiene un problema: tú das demasiado, mucho más de lo que la gente pide. Eso pone a los demás en graves compromisos, pues tienen que retribuirte con más de lo que están dispuestos a dar. Lo peor es que sientes que estás en tu derecho de pedir y exigir que se te devuelva todo lo que has dado. Te sientes mal, traicionada, afectada, insegura, triste, si los demás no hacen lo que pides, y por eso muchas veces haces lo que sea porque te complazcan, hasta manipular y chantajear si es necesario. 

Séptima señal: asumes responsabilidades de otros como propias
Necesitas sentirte útil, y el rol que has asumido es el de cuidadora. Es cómo si fuera tu deber: cuidar de los demás. No dejas que se equivoquen. No les das tiempo. Haces las cosas antes de que se les ocurra a ellos. Esto, desde luego, es el pan de cada día con tu hijo.

Octava señal: necesitas que los demás te necesiten
Haces todo lo posible por volverte imprescindible, especialmente para tus hijos. Estás atenta a las necesidades y deseos de todos. Buscas sus puntos débiles, las cosas que le faltan... y ahí estás tú para ofrecer soluciones, antes de que el otro tenga tiempo siquiera de darse cuenta de que las necesitas. De esa forma te aseguras que te vuelvan a llamar, que dependan de ti.

Novena señal: sientes que tu vida no tiene sentido si no tienes a nadie a quien cuidar
Es una situación muy incómoda para ti. Has estado tanto tiempo pendiente de los demás y procurando cuidarles, haciéndote cargo de sus responsabilidades y deseos, que cuando no tienes a nadie alrededor no sabes qué hacer, y eso lo sientes más fuerte que nunca cuando tus hijos se hacen mayores y se van de casa (síndrome del nido vacío). Por eso tienes miedo, a veces, a quedarte sóla en casa, o sientes ansiedad si tienes que salir sóla a la calle. Necesitas siempre alguien a tu lado.

Décima señal: tienes mucho miedo a ser abandonada, a quedarte sola o a que tus hijos no te quieran
Has sufrido mucho en tu infancia. Probablemente te faltó sentirte querida. Fuiste menospreciada, humillada, dejada de lado, o incluso maltratada de pequeña. En tu cuerpo no quedó el registro emocional del apoyo, la confianza y la cercanía de tus padres, sino el abandono, la violencia y la soledad. Por eso es tu mayor miedo. Es el motor de tu vida: quieres hacer todo lo posible porque los demás no sufran lo mismo que sufriste tú. Te defiendes de tus sentimientos, y evitas gestionarlos, proyectándolos en los demás y cuidándolos a ellos como a ti te hubiera gustado ser cuidada de pequeña.

Onceava señal: te obesiona la idea de ser una mala madre
Con bastante probabilidad tu madre lo ha sido. Para ti siempre ha sido una figura de sentimientos encontrados. La amas, porque es tu madre, y sientes el deber de hacerlo. Pero no te quieres parecer a ella. Sin embargo, sientes en tu día a día una lucha constante contra ella, en tu interior, cuando eres tu la que ejerce como madre. Temes volverte, de pronto, como ella, pues el registro emocional que tienes más a mano, el modelo de educación que se activa antes en tu interior, es el que te dejó tu madre. Por eso, para evitar repetir en tus hijos lo que te hicieron sentir a ti, muchas veces te pasas haciendo lo opuesto: das demasiado amor, demasiado cariño, demasiados regalos, cumples demasiados caprichos.

Doceava señal: mientes sobre tus hijos para que no queden mal o para que sus logros parezcan mayores de lo que son
No puedes soportar la idea de que tus hijos sean menospreciados. Sabes bien lo que es eso. Tú te has sentido menospreciada durante muchos años en tu infancia. Quieres ahorrarle ese dolor a tus hijos. Por eso no temes mentir o exagerar las cosas que hacen bien u ocultar las cosas que hacen mal. Tienes siempre un discurso muy bien elaborado de sus virtudes. Presumes sin pudor, y muchas veces, creas unas expectativas que luego no ellos no son capaces de cumplir.

Treceava señal: tienes la certeza de que sabes lo que sienten los demás en cada momento y lo que necesitan
Crees que tienes ese don. Ves la cara de alguien, su expresión facial, sus gestos, y crees que sabes lo que les pasa y necesitan. Muchas veces te anticipas, y recibes alguna sorpresa. Te metes donde no te llaman, o comentas o discutes asuntos que no son de tu incumbencia. No puedes evitarlo. En el fondo es cómo si pensaras que sabes "leer la mente" y que sabes exactamente lo que hay que hacer, pero te equivocas.

Catorceava señal: intentas resolver los problemas de los demás para evitar resolver los tuyos
Es tu gran mecanismo defensivo. Ocupándote de los demás, no tienes que ocuparte de esas emociones que se remueven dentro de ti y que no entiendes. Resolviendo los problemas de los demás, evitas pensar en cómo empezar a ser una mujer empoderada, libre e independiente. Justificas tu forma de ser como interés y preocupación por los demás. En el fondo te gusta presentarte a los demás como alguien altruista, pero pagas un precio muy alto: tu propia vida como mujer.

Quinceava señal: tienes baja autoestima y tienes muchos miedos
Te quieres bastante poco. De pequeña no recibiste ese registro emocional. Por eso cuando alguien te demuestra amor, muchas veces no crees que lo merezcas. Tu vida, con todo, está llena de miedos e inseguridades. Pequeños miedos que sientes que te van limitando y te ahogan e impiden avanzar: miedo a perder a los tuyos, a salir a la calle, a conducir, a tener enfermedades graves, a morir, a que alguien te de una mala noticia, entre otras similares.

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