LA DEPRESIÓN BLANCA: ¿POR QUÉ ESTAMOS TRISTES EN NAVIDAD?

Entre los adornos de navidad, con sus luces, colores, villancicos, comidas copiosas, risas y regalos, se esconden muchas veces, ocultos detrás de una máscara de aparente felicidad, personas profundamente vacías por dentro. Personas deprimidas que, sin embargo, han aprendido a mostrar a los demás una imagen de sí mismo totalmente distinta de lo que son en realidad: sonrien, pero en su interior reside un insoportable sufrimiento

Para poder explicar esto, me vas a tener que permitir, en esta ocasión, que me ponga un poco profundo, pero creo necesario hacer una mínima reflexión al respecto. Allá voy: tengo la sensación de que en nuestra sociedad moderna e industrializada existe la obligación de ser feliz. Para poder cumplir con ese deber, tenemos muchas veces que negar lo que sentimos en realidad. Sí, asi lo creo, no tengo ninguna duda. Nos esforzamos tanto por parecer felices, que no damos tiempo a sanar a nuestras heridas. Pero voy a hacer una aclaración. Desde luego, estar alegre es un estado muy favorable, de eso no hay duda, pero pienso que todas las emociones son importantes y que ninguna de ellas es prescindible. En ocasiones no toleramos estar tristes y apartarnos un tiempo de los demás, encerrarnos en nosotros mismos, para así recuperarnos y reflexionar sobre lo que nos sucede. A veces recorrer y aprender a soportar el camino de la tristeza es necesario para poder crecer como persona, pero en muchas ocasiones queremos ser felices sin hacer el esfuerzo por entendernos


Estoy convencido de que todas nuestras emociones nos aportan algo, nos enriquecen: nos muestran algo de nuestra personalidad que no conocíamos. Cuando estas surgen, no debemos intentar reprimirlas, sino detenernos a escucharlas e intentar descubrir que quieren decirnos sobre nuestra historia personal y nuestra infancia.

Pese a las graves consecuencias que tiene en nuestra vida la negación de las emociones, la veo cada año en estas fechas. El resultado es desolador: personas a las que la felicidad forzada de la Navidad les hace sentir tristes y nostágicos. A este estado le llamamos la depresión blanca. Y aunque no se trate de ningún trastorno psicológico, ni tampoco de una patología clínica, SI es una señal inequívoca de que algo tenemos que trabajar en nosotros mismos, de que algo no está funcionando bien en nuestra vida y que tenemos que empezar a prestarle atención. Si piensas que puedes sufrir este estado de ánimo o conoces a alguien que podría tenerlo, te invito a que sigas leyendo.

Depresión blanca: atrapados en una vida que no nos gusta
Aunque se intensifique esta necesidad de reforzar esa falsa máscara de felicidad en estas fechas o en otras circunstancias similares (como viajes, celebraciones, banquetes o reuniones familiares), lo cierto es que se trata de un estado más o menos constante a lo largo de la vida de las personas que lo sufren. Muchos profesionales se concentran demasiado en las fechas en sí y definen la depresión blanca como un estado exclusivo de la Navidad, pero en mi opinión esta es sólo una de las puntas del iceberg: en lo más profundo de esta superficie, encontramos personas encarceladas en una vida que detestan y que son incapaces de disfrutar del presente.

Toman decisiones basadas en la desesperación, el miedo, la vergüenza o la culpa, y no en la reflexión

Son personas acostumbradas a renunciar a sí mismas. No han seguido su verdadero deseo en el momento de elegir una carrera, sus estudios, su pareja sentimental o el trabajo que quieren desempeñar. Viven una vida artifical, poco auténtica, y se dejan llevar demasiado por la corriente, por el qué dirán, por lo que está de moda, por lo qué dice la sociedad que se supone que hay que ver, leer, decir o disfrutar. Son amantes de la hipocresía, de las apariencias y de presumir sobre lo que nunca han tenido. Son personas profundamente frustradas que intentan negar a toda costa su realidad presentándose ante los demás como excepcionales y estupendos. 

Así son las personas que sufren depresión blanca: necesitan fingir que son felices para negarse que su vida está totalmente vacía.

Las redes sociales: otra máscara de la depresión blanca
¿Sabías que cada segundo se suben más de 4000 fotos a facebook? Es una cifra impresionante. Pero impresionan más las cifras de Instagram: más de 80 millones de imágenes son subidas al día a esta red social tan popular. Nuestra vida social pasa, cada vez con más intensidad, de una imagen a otra a golpe de pulgar. Sabemos retocarlas, filtrar las imperfecciones. Practicamos las poses y las caras. La envidia y el postureo son la norma. Toda situación vale, bien escogida, para inmortalizar el glamour y una sonrisa. Dos, tres, siete intentos, docenas de fotos desechadas antes de encontrar la más adecuada. Un velo para ocultar nuestros miedos e inseguridades, para ocultar que nuestra vida no es como nos gustaría que fuera.

Con las redes sociales construimos nuestra personalidad, la imagen exterior que ofrecemos al mundo. Las redes sociales nos ofrecen una cantidad de recursos potentisimos para hacerlo. Si nos acabamos identificando con el resultado equivocado (con ese personaje virtual que nos hemos inventado), caeremos en el autoengaño. Esto es muy común en estas fechas tan señaladas en dónde las fotos de nuestras celebraciones y encuentros adornan nuestros perfiles: sabemos cómo hacerlo para mostrarnos únicos, increibles, y maravillosos frente a una legión de personas desconocidas, de muchas partes del mundo, que se dejan seducir por nuestras máscaras de felicidad

Piénsalo un instante: ¿crees de verdad que conoces a tus amigos y familiares o sólo conoces esa imagen virtual que te muestran? ¿Crees que los demás te conocen realmente cómo eres? ¿Te sentirías seguro y confiado si supieran cómo eres en realidad? Recuérdalo, la mascara de la felicidad es una defensa contra una terrible e insoportable verdad para nosotros: que vivimos una vida que no nos llena y de la que somos incapaces de disfrutar de forma auténtica.

Fingir que uno es feliz no nos ayuda a serlo, sino todo lo contrario

El reverso de la navidad: cuando negamos la verdad
¿No te gusta tu pareja? ¿La familia de tu pareja? ¿Tu familia? ¿Tu trabajo? ¿Tu vida? Tienes todo el derecho a sentirlo, a pensarlo e incluso a decirlo. No puedes fingir que el dolor no existe. La salida de la depresión blanca es sencilla: reconocer ante ti mismo tu propia verdad. Muchas veces ese camino pasa por reconocer también la dura verdad de nuestra infancia, que fue dónde se forjó nuestra personalidad y dónde hemos recibido las heridas emocionales más profundas.

La Navidad tiene un reverso, un lado siniestro. Estas fechas nos obligan a amar a la familia sobre todas las cosas, a aceptar todo lo que caiga sobre nosotros con paz y cordialidad, aunque muchos de sus miembros no merezcan ni nuestro saludo. Aún con todo, debemos pasarlo bien, disfrutar y llenarlo todo de luces y colores. Nuestra familia no siempre es un idilio, pero hay que fingir, hacer cómo si fuera verdad esa triste mentira que nos contamos cada año. Los padres que han sido manipuladores, autoritarios, irrespetuosos, maltratadores, no dejan de serlo en Navidad. Tampoco esas parejas o personas tóxicas, a las que te sientes ligada como alguien que carga un cadaver a la espalda, se transforman en buenas personas durante estas fechas: siguen siendo los mismos de siempre. La sociedad es muy crítica, a veces demasiado si no cedemos a ver a nuestros "seres queridos".

¿Cuántas navidades hemos tenido que ver a esa hermana, cuñado, tío o padre que no podemos soportar y con los que estamos peleados? Sí, lo hacemos quizá por otro familiar, para no partirle el corazón. Hay que hacerlo: es Navidad. En Navidad la realidad deja de ser la que es, y toca fingir, disimular, tragártelo todo y aguantar. Toca hacer que nos llevamos bien, que todo es perfecto. Los hijos gays tienen que ver a sus familiares homófobos. Algunas mujeres deben sonreir y no contestar a suegras insoportables. Los sobrinos, aguantar a ese tío que siempre pierde el control con el vino el día de noche buena. Los hermanos, volver a encontrarse y sonrier, a pesar de que no se pueden ver delante, para no partirle el corazón a mamá.

Nada de esa realidad debe verse, nombrarse, saberse, notarse. Y cuanto más negamos esta realidad, cuanto más nos esforzamos por ocultarla, por disimularla en las redes sociales, más crece con intensidad un vacío en nuestro interior que nos devora y consume por dentro. Así te atrapa la depresión blanca, el blues de la navidad. Mi consejo: no dejes que la verdad te consuma. Decir la verdad te sana. Contarte tu verdad te ayuda a repararte y a que empieces a cambiar esa vida que llevas y que no te gusta. Si necesitas que alguien te acompañe en ese proceso, no dudes en ponerte en contacto conmigo.

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