DESCUBRE COMO EL MINDFULNESS PUEDE SANAR TU VIDA

¿Has sentido alguna vez un sosiego y una paz interior profunda? Tu mente no divagaba, no iba ni al pasado ni al futuro. Sentías plenamente el cuerpo. Sus sensaciones. La respiración. Inspirando. Expirando. Simplemente estabas, ahí, en el aquí y el ahora: en el presente. Auténtico, pleno, sin necesidad de nada, sin distracciones: sentías una inmensa gratitud por estar vivo. Al encuentro con ese estado, le llamamos Mindfulness (conciencia plena).


Las sabidurias budistas suelen describir la mente humana como agua. A mí me parece que es una metáfora maravillosa y muy gráfica. En ocasiones, como el mar, está en calma, pero en otras esta embrabecido, turbulento, agitado y nos invade un estado de malestar: emociones ambivalentes, deseos insatisfechos, juicios, angustia, auto-castigos, frustraciones... La sociedad en la que vivimos, además, no nos ayuda a relajarnos, sino todo lo contrario: nunca nos enfoca a nuestro cuerpo, a lo que sentimos, a nuestras emociones, sino hacia afuera, hacia las cosas, hacia los hechos. La publicidad, el marketing, el mercado, excita nuestro deseo hacia bienes de consumo, intentando seducirnos con nuevas ilusiones (siempre promesas vacías, frustrantes, que nos dejan insatisfechos), mientras día a día vamos dejando que el tiempo pase, alejándonos de el verdero estado de felicidad y bienestar interior.

Sentimos malestar, porque no sabemos qué nos sucede. El camino es claro: el remedio está en el auto-conocimiento, en simplificar nuestra vida, practicar el des-apego y encontrar un verdadero proyecto vital que se conecte con nuestra vivencia real.

Ese camino es el Mindfulness.

¿En que consiste el Mindfulness?
Bebiendo de las tradiciones budistas, y adaptadas a la mentalidad occidental, el Mindfulness es una práctica de meditación. El fin es alcanzar un estado existencial de pura paz interior, de sosiego, donde se sienta con plenitud el cuerpo en el momento presente, liberando la mente de las falsas ilusiones de la felicidad.

El punto de partida es que la agitación mental es producido por no saber mantener la atención enfocada. La mente se dispersa, pasa de una cosa a otra, produce cadenas de pensamientos, entra en obsesiones, y todo ese proceso se acaba traduciendo en el cuerpo a través de ansiedad, preocupación, sufrimiento o malestar.

La práctica del Mindfulness va trabajando por fases sucesivas, y no se pasa a la siguiente hasta no haber perfeccionado las anteriores:

Primera fase: Postura corporal. Nos sentamos en una sila cómoda. No apoyamos la espalda en el respaldo, la mantenemos lo más firme posible. Relajamos los hombros, y dejamos apoyados los brazos y las manos sobre los muslos en una posición cómoda. Si lo deseas, y dominas perfectamente la técnica, puedes utilizar la postura de yoga que desees. No recomiendo la posición tumbada, puesto que el objetivo no es adormecer la mente. Esta debe calmarse, pero debe estar despierta.

Segunda fase: Atendemos la respiración. Una vez encontrada una posición cómoda en la que estemos a gusto, empezamos a enfocarmos (atendemos) a nuestra respiración. Intenta no controlarla. Respira de forma natural. Inspira, luego expira. Intenta sentir como el aire entra por tu nariz frío y seco y como sale por tu boca o por tus orificios nasales cálido y húmedo. Centrate sólo en la respiración. Enfocate en ella y nada más que en ella. Si en el proceso surgen distracciones (pensamientos, proyectos pendientes, ideas fugaces) no luches contra ellas. Se consciente de ello, de que ha entrado un pensamiento que nos estorba, y de forma amable, vuelve a dirigir tu atención hacia la respiración: a la inhalación y exhalación. Poco a poco la mente entrará en un estado de calma y sosiego por si misma, de forma natural.

Tercera fase: Sentir el cuerpo (estar en el aquí y el ahora). Ahora hay que enfocar en las sensaciones del cuerpo, en lo que sentimos cuando nos enfocamos en una parte concreta del cuerpo: las manos, los pies, los hombros... La mente intentará evaluar cada sensación como agradable o desagradable. Lo agradable genera apego, lo desagradable rechazo. Intenta ser ecuánime: no juzgues lo que sientes, ni intentes darle un nombre o reflexionar sobre ello: simplemente siéntelo. Si te das cuenta de que surge un juicio, no luches contra él. Dirige amablemente tu atención de nuevo a la vivencia de las sensaciones del cuerpo. Es posible que para poder superar esta fase hayas tenido que disciplinar mucho tu mente en la fase anterior.

Cuarta fase: Sentir las emociones. El siguiente paso consiste en enfocar tu mente en las emociones que experimenta nuestro cuerpo: antipatía, aferramiento, aversión, ilusión, simpatía, odio, desinterés, alegría, amor... Cada emoción viene precedida de un pensamiento. Detectamos ese pensamiento, pero nos centramos en la emoción. Se trata de volver a practicar la ecuanimidad: no juzgar las emociones como agradables o desagradables. Simplemente nos permitimos sentirlas, experimentarlas, sin reprimirlas o intentar darles un sentido o explicación. De lo que se trata ahora no es de entenderlas, sino de permitirse vivirlas, de conectar con ellas.

Quinta fase: Desmantelar los contenidos mentales. Cuando llegues a ser consciente de los significados inconscientes y los recuerdos infantiles que determinan tus emociones, podrás entender que lo que experimentas no es la realidad, sino lo que tu mente interpreta: el pasado acosa tu presente, y la obsesión por proyectos de futuro te arruina vivir y disfrutar el aquí y ahora. Te darás cuenta que al cambiar tu forma de enfocar tus experiencias, cambiarás tu forma de vivir la realidad, dejarás de ser esclavo de las cosas, de tu historia y de tus obsesiones.

Practicando diariamente estas pautas, tu mente estará más calmada, podrá enfocarse mejor, verás y sentirás las cosas como son y las aceptarás tal como son. Tu conciencia sensorial estará más agudizada en el momento presente, en lo que pasa en el aquí y ahora. Este estado interior te permitirá abrirte al mundo sin miedo, y empatizar o conectar mejor con las emociones, sensaciones y pensamientos de los demás.

Las cuatro actitudes básicas
Para finalizar, y a modo de resumen, expongo una serie de actitudes personales que, si practicas el Mindfulness, van a anclarse en tu forma de ser y, poco a poco, te ayudarán a madurar emocional y personalmente:

Actitud corporal: estabilidad. La posición corporal debe ser estable y la mente, aunque esté sosegada, no debe estar adormecida, sino atenta y concentrada. La postura elegida debe ser lo más estable posible, que nos permita mantenernos en una posición cómoda sin necesidad de movernos. Esto se extiende, no sólo a la práctica de la meditación, sino a toda la vida: somos plenamente conscientes de nuestro cuerpo y mantenemos la mente despierta y concentrada en el ahora.

Actitud emocional: ecuanimidad. Sin apego, ni rechazo a nada. El Mindfulness entrena en la aceptación de las emociones, sensaciones y experiencias vivenciales tal como son, sin elegir ni rechazar (reprimir) nada de lo que sentimos.

Actitud mental: objetividad. No juzgues nada. No opines sin permiso. No tomes partido por nada, ni categorices lo que te pasa como bueno o como malo. Simplemente son. Vívelas, siéntelas y afróntalas tal y como son.

Actitud espiritual: apertura interior. No persigas, ni huyas de nada. No te apegues a un objetivo o a una meta externa, material, y por tanto, con fecha de caducidad: apuesta por metas de crecimiento personal, que te durarán para siempre. No intentes alcanzar o liberarte de nada de lo que te sucede. Acepta lo que es en cada momento, lo que sucede, déjate atravesar por cada experiencia, sácale el jugo: cada cosa te enseña algo de ti que no conocías y te ofrece una enseñanza vital que te desarrolla como ser humano.

Comentarios

Entradas populares